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El titiritero y su doble

Iván Darío Alvarez

Extraído de "La hoja del titiritero independiente"

 

Primera parte

Creo en mi obra inacabada. En mi universo y sus criaturas, como todo dios que se respete soy un iluso. Mis muñecos están hechos a imagen y semejanza del adulto, son el espejo que refleja su propia estupidez.

También en ella se contempla la historia feliz, traviesa e inocente de la infancia, recuperación vital y simbólica que alienta en mi y en otros todo intento de sueño y utopía.

Como titiritero el artista que más me interesa es el demiurgo. Aquel que es capaz de crear su mundo en el mundo. Aquel que remeda a Dios y a su especie.

Cuando hice mi primer títere, fruto del azar y de la imaginación torpe, el pequeño fantoche de papel descolorido y grotesco, fluyo ante mi sorpresa como viento huracanado. Poseyó mi mano y al depositar en mí destino me condeno a ser el ojo secreto que vigilaba y dirigía todos sus actos. ¡Es extraña la sensación de ser un Dios tutelar! Desde entonces comprendí por que el titiritero ocupa una misteriosa parcela de lo sagrado pero con la sonrisa oculta del bufón.

Gracias a él la vida invita a lo inanimado a iluminar en el acto del tiempo y el espacio con un afán de inmortalidad, esperando permanecer en la memoria del espectador. Espíritu y materia al darse cita en la escena se nutren mutuamente de poesía.

El adulto invoca a su niño para recuperar su infancia,. Las manos adultas vuelven a ser los caprichosos juguetes de la imaginación.

Jugar ¡Ahí está el secreto!

Nuevamente habrá que robar al relojero loco las horas eternas haciendo fecundo el sagrado culto de lo inútil.

El teatro de títeres es el arte del asombro, vive de la ilusión de la caricatura del hombre, de la parodia de Dios, de la magia del mundo penetrando con su audaz encanto todas las cosas. Su belleza es una suma de alas y alma. En su universo todo habla porque respira, tanto la naturaleza como el hombre, símbolos majestuosos que dan lugar al milagro de la vida.

La mano del titiritero es un soplo divino. El aliento supremo que una vez creado anida en la espiritualidad artificial y fantasiosa del títere. Ser burlón y fantasmagórico por excelencia , cuya vida es la metáfora irónica y perfecta de nuestro inexplicable origen.

No podemos olvidar que el hombre es también un muñeco. La arcilla milenaria de un sueño inconcluso. Los titiriteros somos dioses que imitamos a los dioses. Es posible que no haya nada de original en nosotros. Sin duda todas nuestras creaciones y criaturas son un vulgar plagio.

Sin embargo, a los hombres en su necesidad temerosa pero necesaria de volver a ser niños les encanta la repetición, aman que les recuerden y les vuelvan a contar su propia historia, máxime si esta es sagrada.

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ULtima Modificacion: 24/04/08